23 Ago 2014
1

IMAGEN DE NEDIK.COM

Es obvio que para disfrutar de las relaciones sexuales las personas deben sentirse cómodas y relajadas. Por supuesto que algunas circunstancias y contextos (el debut sexual, la primera vez con una persona, el apuro cuando se cuenta con poco tiempo para el encuentro) suelen generar tensión en los amantes y obstaculizar el goce. Pero estas son situaciones excepcionales. Otra cosa ocurre cuando el estado de tensión se convierte en una regla. Es el caso de las mujeres que, al momento del sexo, no logran relajar los músculos que rodean la entrada de su vagina (condición necesaria para la penetración), sino que éstos se contraen de manera automática e involuntaria (como un reflejo, sólo que aprendido). Así, la vagina pareciera “cerrar”, mediante espasmos, su entrada. El resultado es que la realización del coito se dificulta, llegando a veces al punto de verse impedido completamente. Este trastorno se denomina “vaginismo” y constituye una de las principales causas de los matrimonios no consumados.

Quienes padecen estas dificultades también suelen tenerlas en otras situaciones que implican una penetración vaginal: al intentar colocarse tampones, óvulos o diafragmas, frente a las autoexploraciones o las caricias de la pareja y en los exámenes ginecológicos.

Sin embargo, muchas de estas mujeres pueden conservar el deseo, excitarse y disfrutar de los juegos sexuales, e incluso experimentar orgasmos. El impedimento está centrado ante todo en la penetración. Aunque la frustración reiterada suele, con el tiempo, derivar en otras disfunciones sexuales: pérdida de deseo, dificultades para excitarse, anorgasmia. Además de, incluso, colaborar en el desarrollo de problemas eréctiles en el varón. Y conducir, como es de esperar, a un serio deterioro de la relación de pareja.

Causas mixtas

Entre las cuestiones orgánicas que pueden generar dolor en las relaciones sexuales y, por consiguiente, servir de base para el desarrollo de este reflejo aprendido, se encuentran: el himen rígido, la inflamación pélvica por diferentes enfermedades infecciosas, el ovario poliquístico, la irritación producida por la alergia a desodorantes íntimos, a espermicidas o al látex de los preservativos o al caucho de los diafragmas, las cicatrices dolorosas en el introito vaginal, la falta de lubricación por insuficiencia de estrógenos (como ocurre en la menopausia), la presencia de tumores o anomalías congénitas en la vulva o en la vagina, etc. Pero con mucha más frecuencia se identifican factores de orden psicológico en el desarrollo de este problema.

Los sentimientos de culpa -más o menos concientes- frente a la posibilidad de sentir placer, producto de una educación rígida, plagada de tabúes religiosos y morales respecto de la sexualidad, son susceptibles de conducir a la formación de este síntoma. Muchos casos de vaginismo se explican como una suerte de “defensa”, vinculada con alguna situación anterior (donde se asoció la relación sexual con el dolor): vivencias traumáticas, como la violación o el incesto, y hasta el fracaso en las primeras experiencias, por una estimulación torpe e inadecuada por parte compañeros poco considerados o inexpertos.

La ignorancia y las creencias erróneas respecto de la anatomía genital masculina y femenina pueden generar -aun antes de cualquier contacto sexual- miedo al dolor que pueda producir la penetración (a menudo, con fantasías de “desgarro”), temor intenso al pene y hasta repugnancia frente a este.

Diferentes clases de malestar en el vínculo (distanciamiento afectivo, hostilidad reprimida, rechazo y sentimientos de desagrado con respecto a la pareja) pueden manifestarse a través de un vaginismo. Lo mismo que el temor y la fobia al embarazo, las tendencias homosexuales no resueltas y los sentimientos ambivalentes hacia el matrimonio (y, por extensión, hacia el sexo marital).

En algunos casos, las dificultades eréctiles en el varón hacen que la mujer desarrolle este síntoma, como un recurso inconciente para mantener intacta la hombría masculina.

Pedir ayuda

Este, como otros desajustes sexuales, produce mucha vergüenza y dolor. Por eso no es de extrañar que quienes lo padecen -y sus parejas- tarden mucho en hablar de lo que les ocurre con alguien de confianza. Algunos nunca llegan a hacerlo. El silencio refuerza aún más la desesperación y el sufrimiento, pudiendo conducir a depresiones profundas. Es importante saber que la superación de este problema es posible, pero difícilmente se logre sin la ayuda de un experto. Los tratamientos deben incluir a los dos miembros de la pareja, y asentarse en varios pilares: educación sexual, psicoterapia, medicación y la prescripción de tareas concretas.

Comentarios

Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.