Sexo y deporte

12 Jul 2014
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Gentileza de http://www.jeux-sport.fr/

Cada vez que se juega un torneo deportivo importante (como el mundial de fútbol, que tanta alegría y expectativa nos ha traído), resurge el debate acerca de la conveniencia o no de que los jugadores mantengan relaciones sexuales durante los días de competencia.

La postura tradicional, que aún hoy sostienen algunos entrenadores (y a la que adhería, por ejemplo, Carlos Salvador Bilardo, médico además de director técnico de la selección en el mundial del 86), ha defendido la abstinencia sexual de los deportistas, por diferentes razones. En primer lugar, basándose en la creencia de que el sexo produce un desgaste energético significativo y que la pérdida de semen equivale a una pérdida de energía. Al respecto, los datos objetivos muestran que el gasto calórico que implica un encuentro sexual se recupera con facilidad –comiendo un sándwich de queso, por ejemplo- y que el líquido seminal no tiene una propiedad particularmente energética (salvo por contener un poco de fructosa, pero sin llegar a agotar las cantidades disponibles de esta sustancia en el organismo). Es más: contraria a esta tesis, otra afirma que las relaciones sexuales, al incrementar los niveles de oxígeno que llegan a los tejidos y órganos, mejoran su funcionamiento y llevan a que nos sintamos, justamente, más energizados. Por otra parte, es sabido que la energía no se limita a una cuestión meramente química: es también una fuerza impulsada por un estado anímico, vital, que le permite al cuerpo llegar a extremos en teoría imposibles.

Muchos entrenadores consideran que un estado de tensión física y hasta de cierta irritabilidad -producto de la abstinencia sexual- resulta favorable para que el deportista canalice al máximo sus posibilidades de rendimiento. Como si estar demasiado “relajado” luego de una noche de sexo encerrara el peligro potencial de generar una laxitud en el jugador capaz de volverlo descuidado e impreciso en sus movimientos. Esto, además de no tener un fundamento científico, contradice el sentido común: todos sabemos que el estar tensos nos vuelve torpes y atolondrados. Difícilmente estas condiciones mejoren la performance de un deportista.

Es evidente que, tan necesario como para abordar con éxito una tarea intelectual, el rendimiento físico se logra con un cuerpo descansado. Y este es uno de los motivos por el que muchos son partidarios de la llamada “concentración” y de postergar el sexo hasta que termine el torneo. Ocurre que cuando hay “pase libre”, los jugadores –jóvenes y solteros, o alejados de sus parejas- suelen tener relaciones sexuales con desconocidas, lo cual resulta demasiado “distractor”. Tampoco es raro que estos contextos estén regados de alcohol, tabaco y drogas. Y si a eso le sumamos la trasnochada y el posible estrés de una situación de infidelidad, el combo resulta en un desgaste físico y emocional que sí afectará, como es lógico, el desempeño en cualquier deporte.

El poder de la mente

Todos los deportistas profesionales tienen cábalas y rituales para sentirse más confiados y seguros (“Chiquito” Romero declaró al terminar el partido contra Holanda que no piensa afeitarse la barba para la final con Alemania). Es más, suelen ser muy estrictos al respecto y el desatender estas costumbres puede llevar a que se sientan en verdad perturbados. Por eso, si un deportista está convencido de que el sexo lo debilita, lo desconcentra o lo perjudica de algún modo, y se “tienta” (o es tentado) para tener un encuentro, lo más seguro es que esta situación lo condicione de forma negativa. Por el contrario, otros han confesado que su “conjuro” antes de una competencia tiene que ver con el sexo y que gracias a él se sienten más habilidosos y despiertos en la cancha.


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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.