El 10% de Kinsey

19 Abr 2014
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Gentileza http://www.businessinsider.com.au/

La atracción sexual y la implicación física y emocional con una persona del mismo sexo se describe, como es sabido, con el término “homosexualidad”. Esta palabra fue acuñada en 1869 por un investigador húngaro, Karoly M. Benkert. Y se incorporó al vocabulario científico como una opción más neutral y menos peyorativa que la proporcionada por el lenguaje popular, plagado -tanto entonces como ahora- de prejuicios y connotaciones negativas. De uso actual y ampliamente extendido, el vocablo “gay” es al parecer de origen provenzal, y desde allí se trasladó a otros idiomas. Su significado remite a una persona alegre, gozosa, vital. De hecho durante un tiempo fue utilizado como contraseña entre los propios homosexuales.

La primera investigación

La primera investigación fiable para estimar la extensión demográfica de la población homosexual -y uno de los estudios pioneros en el conocimiento de la sexualidad humana- la realizó el sexólogo norteamericano Alfred Kinsey (foto), por los años cuarenta, en la Universidad de Indiana. Los resultados que arrojaron las entrevistas a más de doce mil adultos voluntarios, fueron tan controvertidos como sorprendentes: un 10% había sido casi exclusivamente homosexual durante al menos tres años. Si bien esta cifra -a la luz de estudios posteriores- pareció exagerada, desde entonces fue admitida como una suerte de referencia estadística razonable para estimar el porcentaje de homosexuales a nivel mundial. 

Una historia antigua

Muchas de las antiguas civilizaciones indígenas -entre ellas, los mayas- aceptaron a la homosexualidad como algo normal y cotidiano. Así lo atestiguan las claras alusiones al respecto que se encuentran en numerosos objetos de alfarería y joyería. Los incas y los aztecas, en cambio, no eran muy tolerantes en ese sentido: organizaban cada tanto verdaderas “cazas” contra los sodomitas. Una actitud similar guardaban las antiguas sociedades de Oriente Próximo: la ley asiria del 1350 a.C. disponía que debía castrarse a todo hombre culpable de tener relaciones sexuales con otro. El Antiguo Testamento -lo mismo que el Corán- no es menos severo: “si alguien se acuesta con varón, como se hace con mujer, ambos han cometido abominación; morirán sin remedio; su sangre caerá sobre ellos”.

Por el contrario, en la Antigua Grecia era un signo de prestigio que un hombre maduro tuviera relaciones con un joven. Se cree que esta costumbre nació en la sociedad radicalmente machista de Esparta. De hecho los griegos despreciaban el afeminamiento y consideraban estos vínculos como viriles. 

Tampoco faltaron las tendencias homosexuales entre los emperadores romanos: el más famoso fue Heliogábalo, quien accedió al poder siendo un adolescente. Como quería que su amante estuviese bien dotado, encargó a sus servidores que hicieran una búsqueda exhaustiva, para así poder elegir entre los mejores ejemplares. Con Julio César ocurría algo curioso: mientras algunos lo tildaban de homosexual, otros remarcaban su apetito desmedido por las mujeres. 

En la Antigua China, la homosexualidad contaba incluso con su propio dios, Chou Wang. En su lista de emperadores hay varios bisexuales y homosexuales. Por el siglo XIX un viajero escribió que todos los funcionarios con los que se había cruzado tenían un joven amante que hacía las veces de “portador de la pipa”. Los japoneses no se quedaban atrás: algunas geishas no eran sino hombres disfrazados. 

Al parecer, la España medieval fue particularmente contraria a estas prácticas. Quizás porque se las consideraba una prerrogativa del enemigo, los árabes. Por la misma época en Italia estaba aceptada como moda (tanto que los españoles la llamaban el “vicio italiano”). En Inglaterra algunos responsabilizaron de la homosexualidad a los vikingos, pensando que sus largas y solitarias travesías propiciaban estos comportamientos. Hasta mediados del siglo XIX las leyes inglesas fueron muy severas en este sentido. Lo mismo que en este lado del mapa, donde se sancionaba a toda actividad sexual que no se orientara a la procreación. 

Por los 60 comenzaron los diferentes movimientos de liberación gay, que fueron teniendo, aunque muy lentamente, respuesta en la proclamación de leyes menos discriminatorias y más inclusivas. Un paso importante al respecto fue que, a principios de los 70, la Asociación Americana de Psiquiatría dejara de considerar a la homosexualidad como una enfermedad mental.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.