22 Mar 2014
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Gentileza de http://tarotgratiscc.blogspot.com.ar/

Todos reconocemos la eficacia de ciertos factores sobre lo erótico. Es decir, de situaciones o condiciones vinculares que resultan especialmente propicias para generar o intensificar el deseo entre las personas. El carácter prohibido de una relación es un clásico ejemplo: la culpa, el peligro de ser descubiertos, la clandestinidad y la urgencia de los encuentros suelen ser los principales responsables de la pasión que experimentan los amantes (“la prohibición precede al deseo”, decía Lacan). Otro gran afrodisíaco son los primeros tiempos del amor y la conquista: la fascinación de un cuerpo que aún no se conoce demasiado, su seducción, la idealización del otro y la novedad de la experiencia, llevan a que los enamorados permanezcan en un estado idílico. Como contrapartida, podemos identificar algunas modalidades “anticlímax” que atentan contra Eros. De lo “anafrodisíaco” damos buena cuenta los psicólogos, ya que es un material que aparece a diario en las consultas.

“Dame más”

Si hiciéramos un ranking de los “aguafiestas” del deseo, podríamos citar entre los primeros puestos a la actitud demandante y dependiente. Pocas personas resultan menos atractivas -a la larga o a la corta- que aquellas que carecen de un mundo propio, autónomo, habitado por intereses e inquietudes que vayan más allá de su exclusiva relación de pareja. Tradicionalmente -no es de extrañar- este fue un síndrome femenino. Pero en la actualidad las cosas se han equiparado, y es posible ver a más de un hombre pendiente de un teléfono celular, sin poder disfrutar demasiado de nada mientras está separado -por circunstancias inevitables- de su único objeto de amor. ¿Qué menos excitante para alguien que su pareja sólo respire y viva a través suyo? No es raro que se declaren asfixiados de tanto “pegoteo”. Y que, como chicos a quienes sus padres controlan demasiado, desobedezcan y se “porten mal” de vez en cuando.

“Siempre te amaré”

El tan invocado “amor incondicional” es responsable, con mucha frecuencia, de la extinción del deseo en una pareja. La verdad es que sólo un amor divino sería capaz de tanto. Pero el humano -con la relativa excepción del materno o paterno- suele tener condiciones. De hecho: debe tenerlas. Y en este sentido, si una persona parece estar “a prueba de balas” al lado de otra… ¿cómo será posible valorarla, quererla bien, desearla? “Nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes” dice un refrán. Sin llegar a este extremo, es importante que los implicados en una relación de pareja (tanto como en otro tipo de relaciones), aún bajo el más fuerte compromiso, tengan bien en claro que existen ciertas reglas o consensos. Y que desoírlos puede llegar a arriesgar la estabilidad del vínculo.

Amor fraterno

Cuando dos personas conviven, junto con las bondades de lo familiar y cotidiano, sobrevienen ciertos efectos no deseados: rutina, acostumbramiento, preocupaciones económicas, tareas domésticas, etc. Todas cuestiones lógicas e inevitables. Es decir, propias de una relación estable y comprometida. El problema aparece cuando estos asuntos invaden todos los espacios y sofocan la posibilidad de recrear -cada tanto- algo de aquella magia de los comienzos. Es peligroso que los que viven juntos y comparten casi todo… terminen por compartir todo. La pérdida de ese misterio esencial que debe sobrevivir en toda pareja, se expresa a veces en una desencantada afirmación: “somos como hermanos”.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.