Sexo y normalidad

08 Mar 2014
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Gentileza de http://aranandoelcieloyarandolatierra.blogspot.com.ar/

“Psi” -una serie televisiva próxima a estrenarse- promociona su lanzamiento con la pregunta: “¿es normal no ser normal?”. Una apelación creativamente certera: a los seres humanos nos inquieta, desde siempre, determinar qué es normal y qué no, respecto de los otros y, sobre todo, de nosotros mismos. Se trata de una de las tantas expresiones de un modelo mental muy antiguo y profundamente incrustado en nuestra manera de percibir la realidad. Con demasiada frecuencia disociamos y necesitamos etiquetar las cosas según categorías maniqueas: sano-enfermo, bueno-malo, correcto-incorrecto, moral-inmoral, común-raro, lindo-feo. La lista podría seguir hasta el infinito. En el plano de la salud mental, por ejemplo, hasta hace unas décadas la división era tajante: los “locos” estaban encerrados y los de afuera eran los sanos. Hoy aceptamos que a todos nos corresponde situarnos en un punto móvil e itinerante dentro de un continuum: nadie está absolutamente sano o enfermo. Y hasta nos encontramos con paradojas al respecto: personas con serias patologías mentales circulan –sin ninguna clase tratamiento- por la calle: docentes, políticos, empresarios… y hasta profesionales de la salud mental. Asimismo, algunos rotulados como “enfermos” o “discapacitados” a nivel mental o afectivo, resultan ser los más sensatos y atinados en determinadas situaciones.

Pero el asunto de lo normal y anormal concita aún más interrogantes y una mayor ansiedad en relación a lo sexual. Probablemente porque la sexualidad constituye, ya de por sí, una temática inquietante, difícil de abordar de manera directa para la mayoría de las personas.

El canon occidental

En lo que a sexo se refiere, ¿es más adecuado, normal o natural comportarse de una manera que de otra? En Occidente la respuesta a esta pregunta fue, durante siglos, absolutamente categórica y sostenida desde múltiples discursos. El sexo era normal sólo entre un varón y una mujer. Debía estar legitimado por la Iglesia y el Estado, a través del matrimonio. Y su finalidad primordial era la reproducción, por lo que variaciones eróticas distintas al coito entraban en la categoría de “inmorales”, “aberrantes” o “perversas”. Se juzgaba, como es sabido, de forma muy diferente el comportamiento sexual de varones y mujeres (de hecho aún perdura con fuerza esa doble moral). 

Pero a partir del siglo XIX este sistema de creencias se fue volviendo insostenible. Numerosos descubrimientos antropológicos de culturas no occidentales demostraron de manera concluyente que había muchas maneras diferentes de ser sexual y de ser hombres y mujeres. Estos hallazgos científicos mitigaron sólo en parte los prejuicios: muchos miraban –y miran- con desdén lo que ocurría en esas comunidades, considerándolas “inferiores”, “ignorantes” o “primitivas”.

Más acá en el tiempo, las investigaciones de William Masters, Virginia Johnson, Helen Kaplan, Alfred Kinsey y muchos otros sexólogos contribuyeron a desmitificar arraigadas creencias sobre lo que se tenía por normal y anormal e incluso, sobre lo que se desconocía por completo acerca de la sexualidad humana.

Es evidente que hay elementos en común entre las culturas (y entre las personas que pertenecen a una misma cultura) respecto de la vivencia de lo sexual. Pero también es cierto que la sexualidad va creando sus reglas de comportamiento en consonancia con la historia de cada sociedad y de cada hombre y mujer en particular. No existen patrones de conducta sexual inamovibles. Tampoco sistemas de valores éticos y morales que rijan la sexualidad con una validez universal, aplicable a todas las personas.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.