Marmalade Boy - ¿Quién dijo que lo cursi y ñoño no puede ser bueno?

28 Jun 2015
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Ilustración de Marmalade Boy

Los reto a mencionar, o pedirle a alguien que sepa del tema, cinco mangas modernos que no tengan fanservice. Por si no conocen este término, se refiere a situaciones con picardía sexual, poses sugerentes, roces que por lo general llevan a situaciones hilarantes y por supuesto, el desnudo ocasional. Hoy parece que este término y manga son una dicotomía inseparable, que se justifica con una legión de adeptos a este fenómeno. Para no tener problemas con ellos, hay que reconocer que esos escorzos y los planos contra picados que utilizan, ya sea para ver ropa interior o alguna región de la anatomía, son complicados y tienen su mérito artístico cuando están logrados. Tampoco hay que discriminar, hay mucho fanservice en el cómic de autor, el norteamericano y también en el europeo. Pero donde está muy marcado y le confiere cierta identidad, es en el manga. 

Algunos cómics japoneses escapan de esto, e incluso se vuelven una suerte de antítesis, como es el caso de Marmalade Boy de Wataru Yoshizumi. Es una historia de amor liviana en la que no faltan los triángulos de triángulos amorosos, los enredos y por supuesto, los malos entendidos. Es decir, tiene muchos de los elementos típicos de los mangas shōjo, orientados al público adolescente femenino (y no tanto). De todas maneras, hay un elemento que rompe esquemas y está tan bien manejado, que hizo que éste se convierta en un clásico. Los padres de los adolescentes Yuu y Miki, amigos inseparables en la universidad, se reencuentran y deciden hacer un intercambio de parejas, con divorcio de por medio. Ellos eran tan unidos, que para recuperar el tiempo perdido, deciden vivir todos juntos en una misma casa.

Al principio Yuu y Miki apenas toleran vivir juntos, pero a medida que pasan los tomos, descubren esos sentimientos que tienen el uno con el otro de una manera sutilmente cursi e inocente. A pesar de todos los enredos amorosos y esos triángulos que van apareciendo, Yohizumi en ningún momento deja de lado este tono ligero en cuanto a lo romántico. Lo suyo apenas llega a un beso o abrazos muy dulces. Sin embargo, hay algo oscuro de trasfondo relacionado a los padres de los protagonistas que va a repercutir de manera muy dura en sus vidas y darles esos golpes necesarios para darle unos toques interesantes de dramatismo. Este elemento es algo que explica mucho sin ser rebuscado y la autora se luce por la forma en la que lo trata y resuelve. Al final cierra todo de una forma tan redonda que sorprende y se agradecen esas cuotas de cursilería que destila la obra.

Al tratarse de una obra romántica, los personajes deben tener un peso importante, tienen que ser interesantes y carismáticos, sino la obra no sirve. El mundo en el que se mueven parece color de rosas, pero aun así, cada uno de los personajes, incluso los secundarios, tienen su peso y personalidades marcadísimas. Son muchos, pero la autora se las arregló para crear una red de interrelaciones que llevan a triángulos de triángulos amorosos, y hay que destacar que en ningún momento tiene problemas narrativos. Es un rompecabezas que se va armando capítulo a capítulo y en el que cada pieza encaja perfectamente. Fluye de manera tan natural, que esto parece algo simple cuando dista de serlo. Ayuda mucho que los personajes sean adolescentes con muchas más mariposas en el estómago que hormonas a flor de piel. Eso no quita que sean un tanto chiquilines, orgullosos, caprichosos, muy llorones pero, que cuando les toque enfrentar problemas, se las arreglen para salir adelante y crecer en el proceso. En la segunda mitad del manga comienzan lo duro. Es allí donde Yoshizumi pone todo su esmero, mientras el elemento que les conté va surgiendo. Los personajes tienen sus propios problemas, pero saben que a la larga los tienen que superar.  Aunque no lo crean, gracias a esto la lectura es muy agradable y cuesta dejarlo de lado.

Wataru Yoshizumi es muy limitada a nivel gráfico. Si bien sigue la estética shōjo, que no se destaca a nivel visual y donde casi no hay fondos, hay problemas muy notables en su narrativa gráfica. En su forma de encarar las acciones cotidianas hay un abuso de los primeros planos y planos medios. Estaría bien si las expresiones de sus personajes, que parecen chupetines por cabezones y patilargos, no fuesen tan estandarizados dentro del estilo. Las escenas de deportes pecan de ser demasiado estáticas, y parecen fotos amateurs de secundaria. Aun así, hay elementos que sí vale la pena destacar, uno es la elegancia que logra inferirle a sus personajes, las poses y algo que me llamó mucho la atención: el diseño de la ropa. Sus personajes se visten muy bien y destacan más los vestidos, uniformes, remeras, etc. que los mismos personajes.  A medida en la que Marmalade Boy avanza, Yoshizumi logra dominar las expresiones corporales y las emociones que transmiten los personajes. Gracias a esto, le imprime una sensibilidad femenina un tanto tosca, porque no olvidemos, es limitada a nivel gráfico. Pero no deja de ser interesante y se las arregla para transmitir eso que le interesa.  La historia atrapa tanto que esas fallas del dibujo no son tan notables al segundo o tercer tomo.

Hoy parece un pecado que una historia romántica sea inocente o un poco cursi, pero Marmalade Boy demuestra lo contrario, es de esas lecturas livianas con lo necesario para enternecer y conmover. Que nos haga añorar los amores de secundaria. Muchas veces al hacer reseñas, a los críticos nos gusta buscar adjetivos “distintos” para definir una obra. Es una necesidad de autocomplacencia intelectual que varios padecemos, pero hay obras como esta, que obligan a dejar todo eso de lado, porque la mejor forma de definirlas es la más simple. Se los digo sin dar más vueltas: Marmalade boy es una linda historia de amor, fresca e inocente. 

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