Adiós Horacio Ferrer, duende del tango

22 Dic 2014
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Horacio Ferrer 1933 - 2014

Ha muerto en el solsticio de verano, en el día más largo de año y no en la madrugada, ha muerto el gran poeta del tango, el elegante duende del tango, el poeta de Aníbal Troilo, de Horacio Salgán, de Ástor Piazzolla.

No sólo el tango, sino la cultura rioplatense y argentina pierde a un fundamental hombre de las letras, a un impecable vate, dueño de un lunfardo único, de un mundo noctámbulo y mágico.

Horacio Arturo Ferrer Ezcurra nació en Montevideo (Uruguay) el 2 de junio de 1933 y más tarde optó por la nacionalidad argentina. Hijo de Horacio Ferrer Pérez y Alicia Ezcurra Franccini, publicó su primer libro a los 34 años, Romancero canyengue.

En ese mismo año, 1967, se mudó a Buenos Aires convocado por Piazzolla, por el terrible y temido Ástor Piazzolla (era en extremo riguroso con sus músicos y colaboradores), que reconoció en sus versos la misma materia innovadora que tenía su propia música. Piazzolla le dijo: "quiero que trabajes conmigo porque mi música es igual a tus versos". Y le había dicho esto a Horacio Ferrer después de musicalizar versos de otro poeta rioplatense, nada menos que Jorge Luis Borges.

Dueño de una obra poética inusual, en el tango y en las letras, Horacio Ferrer combinó magistralmente el submundo canyengue y yumbado de la noche porteña con la docta erudición y el desborde imaginativo de ingenio brioso y juvenil. Despojó al género de la típica queja plañidera y lo perfumó con dulzura, con un toque de locura, y la eficiente hipérbole surrealista, amalgamadas en versos que son y serán jóvenes hasta el fin de los días.

Con Piazzolla dejó para siempre forjadas las gemas más preciosas; La opereta María de Buenos Aires, donde él mismo encarna al Duende que invoca la imagen de María. Luego, también con Piazzolla, creó la Balada para un loco, que estrenó la talentosa Amelita Baltar en 1969 en un disco simple en cuyo lado B sonaba el descarnado vals Chiquilín de Bachín, cantado por Roberto Goyeneche.

Quién no recordará los versos:

¿No ves que estoy piantao, piantao piantao?.

¿No ves que va la luna rodando por Callao?

De la Balada para un loco, o aquellas palabras terribles de Chiquilín de Bachín que nos repetimos cada vez que vemos un niño pidiendo limosna en los bares

¡Chiquilín!, dame un ramo de vos,

así salgo a vender mis vergüenzas en flor.

Baleáme con tres rosas que duelan a cuenta

del hambre que no te entendí, Chiquilín.

Para Aníbal Troilo escribió El Gordo triste, un homenaje poético que reza:

No habrá nunca un porteño tan baqueano del alba,

con sus árboles tristes que se caen de parado.

¿Quién repite esta raza, esta raza de uno,

pero, quién la repite con trabajos y todo?

Por una aristocracia arrabalera,

tan sólo ha sido flaco con él mismo.

También el tiempo es gordo, y no parece,

Pichuco de las manos como patios.

Ha muerto Horacio Ferrer, poeta y duende del Río de la Plata, y no lo hizo de madrugada como reza su "Balada para mi muerte", sino en el solsticio de verano y por la tarde. Quizás esa disparidad obedezca a un guiño del Hado o de los Dioses, a quienes, sabemos, no le gustan los poetas, Ícaros de la palabra que se les acercan en el mágico vuelo de la creación de universos.  

Amelita Baltar canta Balada para mi muerte en Encuentro en el estudio

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