De Robin Williams a Jacinto Sosa Lucero

17 Ago 2014
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Robin Williams de joven y Jacinto Sosa Lucero de viejo.

Se murió Robin Williams y nos acordamos, otra vez, de la tristeza del comediante. De pronto ese mismo actor, que en otras épocas nos hizo reír con su talentoso histrionismo, hoy nos sacude en la cara una verdad tremenda: decidió que la vida ya no era soportable, se ató un cinturón en la garganta y dijo adiós para siempre.

No teman, no vamos a hablar de Robin Williams, sino de un humorista tucumano que ha caído en el olvido. Pero por ahora volvamos a eso que pasa en la opinión pública cuando muere un comediante.

Cuando muere un comediante el público en general suele engañarse. Acicateado por los medios, el turbio y morboso rumor comienza a correr por los que con la muerte del comediante, prestan recién ahora atención a su biografía. Se resaltan sus dramas, sus tristezas, sus conflictos con parientes y amigos cercanos, con sus ex parejas, cuando no salen a la luz otros datos igualmente innecesarios, como gustos personales o cambios de domicilio.

Ese rumor es casi siempre una falacia, cuando no un espejismo. Que el difunto humorista era muy triste en su vida diaria, que con sus amigos era muy serio, que en privado era un hombre grave, solemne, exigente en el trabajo, que ya había tenido episodios depresivos y que lo dejaron solo, que no pudieron ayudarlo, que no supieron ayudarlo, son lugares comunes que suelen repetirse desde el pavor que sentimos ante la única experiencia que tenemos de la muerte: la de otro, la ajena.

Y , por supuesto, ante la muerte de un comediante, florecen las citas literarias basadas en ese espejismo. La asociación es inmediata, pasa poco tiempo hasta que a alguien se le ocurre citar el poema “Reír llorando”, de Juan de Dios Peza, -que cuenta la fácil historia de un cómico depresivo que acude al médico para sanarse. El galeno ensaya consejos que no dan resultado. Finalmente le receta que vea a Garrick. Pero Garrick es él... Etcétera.- y esa historia dibuja una imagen distorsionada del actor a quien debemos tantas risas. Es una falacia describir a los comediantes como seres tristes y depresivos.

Aunque, hay que reconocerlo, es una falacia que funciona muy bien en el mundo de las letras, especialmente en las letras inscriptas en el romanticismo literario, que floreció en Europa hace tres siglos y que sigue viviendo y operando en el mundo de hoy.

Porque es simple confundir al personaje o a los personajes con el actor, con el hombre detrás de la máscara. Que es alguien que, en principio, no debería importarnos. Así como, en rigor, no tiene importancia quién encarna al Hombre Araña en tanto y en cuanto sepa saltar de edificio en edificio columpiándose en su tela, adherirse a las paredes y vencer al villano de turno.

Esperar que el comediante no tenga altibajos ni tristezas es absurdo, irracional, y necio. Es esperar que el actor que nos hace reír, que es ciertamente un hombre, no lo sea. Es despojar de humanidad a un tipo que entregó su alma por una risa. Por supuesto, también sacó su tajada. En el caso de Robin Williams fueron varios millones de dólares pero también la satisfacción de hacer reír, que no es poca, según me cuentan mis amigos comediantes.

Aquí cabe un comentario sobre la seriedad del comediante, que es la actitud fundamental del comediante. Un niño aprendiendo a hacer algo, un borracho que tropieza (no se olviden de Tandarica, el mozo beodo), o un loco, mueven a risa por dos razones esenciales. La primera, porque hacen o dicen algo disparatado, fuera de lugar. La segunda es quizás la más importante: lo hacen con seriedad. No se ríen. Esto es algo que pocos españoles conocen, uno de ellos es Camilo José Cela.

Pero no íbamos a hablar de Robin Williams sino de un comediante tucumano que dejó este mundo hace más de diez años. Ese hombre se llamaba Jacinto Sosa Lucero, nació en Aguilares y murió en aquella ciudad de las avenidas en julio de 2004. Jacinto Sosa Lucero fue poeta, historiador y músico autodidacta, además de humorista. Sus presentaciones estaban lejos del stand-up hoy en prepotente auge.

Jacinto Sosa Lucero contaba chistes y cuentos de una amplitud cultural inigualable en festivales y peñas del Noroeste, con un humor siempre inteligente y paisano. Como imitador desplegaba un sutil sarcasmo. Inventor y recopilador de apodos deliciosos, dueño de un ritmo y un léxico único, y de una voz hilarante fue muchas veces la estrella de los festivales.

La Ensalada deja estos dos únicos videos que encontró en Youtube de una presentación de Jacinto Sosa Lucero en el Festival de la Caña de Azúcar, en Aguilares durante el año 1993. Los subió el usuario tucu011, a quien agradecemos y de quien esperamos nuevos aportes, al igual que a los lectores que posean algún material de este comediante vernáculo.

Porque ya saben que muchas veces... no es lo mismo que pocas veces. 

Jacinto Sosa Lucero en 1993.

La segunda parte.

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